Dentro del sistema democrático participativo, se ponen en juego las
relaciones sociales y con esto las formas de construcción social.
Entendiendo que las relaciones subjetivadas son las formadoras y
modificadoras de la cultural y con esto las formas de participación
social.
Del mismo modo que las relaciones entre los sujetos forman uno de los
núcleos sociales, el Estado nacional conforma los poderes en donde
se rige la sociedad, enmarca las relaciones en términos de garante
de las posibilidades de relación. Así, las relaciones entre
sociedad y Estado forman el binomio indivisible de las formas
democráticas, donde las actividades sociales están acordes en las
formas gubernamentales para el desarrollo colectivo e individual de
los sujetos.
Dos estructuras sociales que se complementan y a la vez se necesitan,
o dicho de otra manera, se complementan ante la necesidad de mantener
viva la relación.
En otros términos, si las relaciones son de orden verticalista se
someten las voluntades de los sujetos al punto de cosificación -el
sujeto cede sus voluntades al poder central convirtiéndose en sujeto
en objeto de uso- perdiendo las capacidades de elección y acción
social.
Las relaciones que se forjan, en todo orden, parten del interés o
necesidad de un otro con el cual interactuar, en este punto es en
donde la comunicación entre los diferentes sectores y estructuras se
pone en juego como elementos básico para la constitución social.
Ante la diversidad de relaciones se conforman diferentes vías
comunicativas, siendo que las mismas vías son elementos dialécticos
de consenso y tensión. Pero las formas de comunicación también
parten de un sistema integrador y no unidireccional, en donde se
ponen en juego las capacidades e intenciones de los actantes y no
sobre el sometimiento de la voluntades, si no se recae en el mismo
sentido que Hegel expone en las teorías de la fenomenología del
espíritu.
Cuando las formas de poder se centralizan en el discurso -elemento
primario para la conformación de los centros de poder- se pierde la
capacidad de interrelación dejando expuestas solo las estructuras de
dominio, perdiendo la capacidad de interrelación y con esto la
perdida de identidad y el sometimiento voluntario a las formas de
dominación dialéctica, aceptando el centro de poder como núcleo de
saber y verdad.
De esta forma se rompe el sentido comunicativo, siendo que el sujeto
receptor es el objeto reproductivista de la verdad volcada a través
del discurso, consolidándose el poder centralista como auténtico
centro de verdad.
En las relaciones de conformación del sistema democrático el poder
de la palabra se conforma como espacio de interrelaciones de los
diferentes sectores sociales y de las estructuras sociales, la
necesidad de que cada elemento constituyente de las sociedades
mantenga la autonomía discursiva es básica para la interpretación
y apropiación del sentir de lo real y con esto la multiplicidad de
realidades manifiestas en la acción social y gubernamental.
La reproducción mecanizada del discurso genera la ilusión de la
participación social; el juego discursivo es unidireccional y con
esto las formas absolutistas de dominio y control. La valoración
subjetivada es reemplazada por los discursos dominantes y con esto la
falta de verdades múltiples que enriquecen la vida social.
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