Les expresiones
culturales, las más identificables son las del las artes, en sus
formas de producción como de expresión y conocimiento del mundo,
son creaciones y anteriormente proyecciones de la visión del mundo y
su contexto sociocultural. De esta forma la representación cobra
sentido y valoración social, tanto en materia subjetiva como de
objeto de uso y cambio. Pero esta autenticidad que plasma cada una de
las obras no se aleja del del sector y del origen en donde la obra es
concebida. Desde la proyección el sujeto se para ante una realidad
próxima o circundante a él proyecta en su hacer aquello que lo
motivó para la realización, esto inevitablemente lleva a la
fragmentación de la visión, o dicho de otro modo, a la focalización
del tema; y con esto a sus espectadores o usuarios que están en
sintonía con la obra, esto se puede simplificar al juego de los
campos culturales de Bourdieu y -sin ser sinónimo- a los roles
sociales del biopoder dentro de la sociedad de cada uno de los
sectores que confluyen en una sociedad. El autor ante la obra y el
espectador o usuario frente al consumo de la obra que se proyecta
hacia el mundo en una suerte de dasein hacia el mundo
fragmentado por las interpretaciones del espectador.
En este sentido, cada
obra es única e irreemplazable, pero cuando las industrias
culturales masifican el producto, descartando el arte conllevado en
el proceso de producción, o las nuevas tecnologías plasma de
reiteradas maneras el producto artístico, parecería que la
valoración de la obra se pierde en la maquinaria de producción.
Esto a Benjamin1
le llevó formular su teoría de las auras en las producciones
artísticas. Cada obra contiene el aura que le da originalidad
(autenticidad) y con esto genera demandas por parte de los
espectadores o usuarios - al referirse a originalidad, no se está
planteado el concepto de extraordinario, sino a la formación o
creación del objeto artístico-. La mecanización del arte derivó a
plantearse problemas y se sigue planteando problemas con respecto al
aura.
Deteniéndose en este
punto, es preciso describir que el aura es aquello que impregna a la
obra en su propia dialéctica en marcado en su tiempo, como objeto
fiel a la visión del autor en su contexto, y se conjuga con la
concreción del objeto al ser consumido o usado por el público, de
ahí la naturaleza de exponerse y de expulsarse al mundo en su propio
dicho. Un decir que se multiplica en las diferentes interpretaciones
que la obra contiene. Esto indefectiblemente cambia el modo de
percibir al mundo generando un nuevo discurso que posibilita otra
obra y con esto una reinterpretación del mundo percibido por el o
los artistas, el mundo cambia de acuerdo a las interpretaciones que
se tiene sobre él, y esto regresa en forma de expresión cultural,
completando o iniciando un nuevo ciclo. Estos movimiento que son
parte del ejercicio colectivo al que Benjamin describió como arte
colectivo. Una obra es inacabada en este sentido, en donde el decir
de la obra se va a multiplicar, generando nuevas formas de
interpretar al mundo y con esto nuevas formas de expresiones
culturales.
En nuestra era de
comunicaciones y de globalización de los datos, se vuelve a temer al
viejo fantasma de las reproducciones mecánicas, en donde la obra
pierde el poder discursivo ante la masificación de las
reproducciones y con esto a la masificación de los espectadores o
usuarios. Es un viejo fantasma desde el momento en que esto se
planteaba ante la imprenta, donde las clases altas y la burguesía
perdían el centro de poder y con esto la descentralización del
arte; anterior a la imprenta las escuelas escolásticas que
reproducían de forma mecánica, aunque artesanalmente a través de
las copas a mano, los ejemplares de los tomos de estudio, quedando al
resguardo en la Iglesia apostólica. Formas de reproducción que se
sometía directamente a las formas mecánicas porque el escribiente
dibujaba las letras sin saber su contenido.
El intento de regresar a
las viejas discusiones se traslada al tema de fondo que es uso y
dominio de las culturas. Ya no se puede identificar al arte en altas
y bajas por el simple hecho de que esa clasificación corresponde a
la clasificación de los estratos sociales y con esto la evidencia de
la centralización de cual es el arte correspondiente y las
desacreditaciones de las artes bajas que son parte de la masificación
homogénea de las clases populares.
La mecanización del
arte, no responde a la pérdida del aura, la construcción crítica
de cada uno de los sujetos ante el arte mantiene la originalidad por
la que fue proyectada al mundo, se mantiene el juego dialéctico,
reconstruyendo el valor empírico de la experiencia.
Barbero en el libro “De
los Medios a las Mediaciones”2
plantea el aspecto de conmoción, que sobrepasa a la experiencia del
goce para ser parte del cambio perceptivo del mundo. Se produce una
nueva línea de comunicación entre el sujeto y el objeto, se arraiga
en este punto el sentido último de las expresiones artísticas, el
arte como mecanismo de producción de comunicación social.
Queda entonces plantear
el problema de esa pérdida del arte en el arte mismo. Las industrias
culturales que son por excelencia las maquinarias de reproducción
sistemática de las culturas, reflejan en su vorágine lo mismo que
los copistas y escribientes de la Edad Media, en donde lo que se pone
en juego es el rol de poder y la capacidad de producción de datos e
información. Prepondera a través de la multiplicación determinados
productos como valores culturales, sin importar la capacidad de
enunciados procesados ni del contenido de los enunciados. De esta
forma deja de lado las formas artísticas para convertir en productos
de consumo. Se corre el doble de riesgo para las producciones de arte
despojándolas de su envoltorio que las autentifican como valores
culturales. La perdida de su contextualización es en definitiva la
perdida de la capacidad de comunicación entre el objeto y el sujeto,
se disuelve, en otras palabras, el sentido de lo dicho, la mirada del
autor queda relegada a la mecanización de reproducción.
1Discursos
Ininterrumpidos I Taurus 1989 Bs. As.
Quitarle su envoltura a cada objeto, triturar
su aura, es la signatura de una percepción cuyo sentido para lo
igual en el mundo ha crecido tanto que incluso, por medio de la
reproducción, le gana terreno a lo irrepetible.
2Op
cit. La función del arte es justamente lo contrario de la emoción:
la conmoción. Al otro extremo de cualquier subjetividad, la
conmoción es el instante en que la negación del yo abre las
puertas a la verdadera experiencia estética.
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