noviembre 21, 2011

El mundo según estos y otros


El paradigma cultural ha cambiado y sí bien esto es uno de los aspecto coyuntural sobre la vida cultural de las sociedades lo cierto es que en la actualidad estos cambios generan diversas crisis socio-culturales. La perdida de la identidad, la falta de organismos industriales de la cultura que promueven las culturas tradicionales, salvo los programas especiales de las diferentes gobernaciones con sus limitaciones burocrática, la falta de flexibilidad de los gobiernos en materia de gestión cultural, la invasión de datos no procesales y la contaminación cultural de las nuevas tecnologías de la comunicación (Tics), etc. van generando en la relación de sectores culturales desplazamientos que hacen a la cuestión cultural un sistema complejo de relaciones y participación de los sectores sociales.
Ante tantos cambios, algunos aspectos se sostienen como forma privativa de apropiación cultural, las estructuras heredadas de los centros de poder, sostienen las fórmulas hereditarias como un sistema cultural imperante, no generan espacios de participación social; dicho de otra manera no ingresan los centros de poder en el juego de las tensiones y acuerdos democráticos, se nutren de ella pero sin perder el lugar legitimado. Esta legitimación es dada desde todos los sectores sociales, es allí donde reside el poder estructural y con esto el afianzamiento de la imperancia sobre las otras formas culturales.
Al referirse a los centro de poder como formas legitimada de las sociedades, la actuación de las sociedades dan el lugar para que dichos centros sean los productores del bien cultural, tanto en las esferas artísticas, científicas, laborales etc.
El bien cultural es entendido como formas de producción, con aspectos de intercambio comercial, pero que, al superponerse el valor de cambio sobre el valor de uso, por desplazamiento de las formas objetivada de valor sobre los valores subjetivados, generan desplazamientos de desigualdad.
Se ahondan las brechas sociales, no solamente en valor económico, la desvalorización económica es el síntoma de las desvalorizaciones subjetivas de las manifestaciones culturales. La tercera generación cultural, toma desde este punto la participación activa de toda la ciudadanía como un fundamento igualitario en concepto de solvencia y autarquía económica. Los desplazamientos sociales no se cierran, como se dijo, en el valor comercial de las producciones, sino en las formas de inclusión social y oportunidad de manifestarse, fomentar y resguardar las diversas expresiones cultuales. Los sectores sociales históricamente desplazados sufren la condena de exclusión socio-cultural y con esto la desigualdad socio-económica, se señala el reiterado error de confundir las desigualdades con las diversidades, una emparentada con las formas de producción y de acceso a los bienes culturales y la otra a las formas propias de producción y de interpretación del mundo.
Se plantean de esta forma las asimetrías de poder que se ponen de manifiesto sobre las cuestiones sociales y culturales, generadas desde las estructuras estructurantes y las formas de producción como un bien cultural. Los desplazamientos sociales en materia de igualad de oportunidades y el reconocimiento subjetivo del valor cultural y la falta del incremento del valor objetivado de los bienes culturales, remarcan la falta de fuerza presencial de los diversos sectores sociales. Ante este panorama, se le suma la pérdida de la identificación cultural con el sistema globalizante del sistema de intercambio y el acceso a los bienes informáticos y de producciones culturales. Sí bien la globalización fomenta la participación de los diferentes territorios, se reitera el concepto de los centros de poder y las estructuras heredadas como forma de centralización y legitimación de las culturas imperantes
En la gran e inmensa variedad de producciones artísticas vamos viendo o reconociendo aspectos que hacen de la manifestación artística una suerte de reproducción social. Esas producciones están sometidas a interrelaciones subjetivas que hace del contexto socio-histórico la validación de la manifestación un elemento cohesivo entre el arte y la sociedad. Así cada producción está sujeta a los valores del mercado, pero a la vez a los valores subjetivados. En el juego relacionante la validación económica clasifica de alguna forma la validación subjetivada. Los patrones entonces de relación entre valor comercial y valor social se limitan a la aceptación del mercado. Se genera de esta forma una suerte de engaño de la inserción social, o dicho de otra manera de la valoración que se da en el juego dialéctico entre producción y cultura.
Esta suerte de ilusión integradora está sujeta por patrones de dominación y a la vez fomenta los mecanismos de sumisión y aceptación de los bienes culturales.
Toda sociedad descansa sobre la relación entre dos principios dinámicos, que son desigualmente importantes según las sociedades y que están inscritos, uno, en las estructuras objetivas, y más precisamente, en la estructura de la distribución del capital y en los mecanismos que tienden a asegurar la reproducción; el otro, en las disposiciones (a la reproducción); y es en la relación entre estos dos principios que se definen los diferentes modos de reproducción, y en particular las estrategias de reproducción que les caracterizan.”( Pierre Bourdieu Estrategias de reproducción y modos de dominación 2002).
Se concreta de esta forma elementos de sumisión y de dominación como elementos estructurantes de la aceptación del valor subjetivado. La valoración de una obra está sujeta a la aceptación del colectivo social, pero estas están sujetas a movimientos mercantiles que hacen de la validez un espacio de interés particular. Las masas sociales se “alinean” a la aceptación de la validez en una suerte de juego homogéneo que las industrias proponen como arte de mayor envergadura o de mayor reconocimiento y de las expresiones populares o arte popular.
Desde este punto se puede plantear el problema que se genera en materia de las relaciones intraculturales y pluriculturales, donde la identidad cultural está subscripta a interpretaciones macros -siendo que las interpretaciones que generar identidad social son de corte colectivos e individuales-. Por un lado las producciones artísticas son herramientas que capitalizan el poder económico en materia cultural, pero también capitalizan las expresiones culturales, la validación no se cierra en el juego de poderes, sino que se transmuta a la identidad de las sociedades. Las producciones culturales, en definitiva, son elementos que proyectan socialmente elementos de movilización, transforman la realidad proponiendo un cambio radical cultural. De esta forma el movimiento constante cultural de toda sociedad hacen del juego de relaciones un espacio de diversidad, en donde las interpretaciones del arte se convierten en una suerte de juegos identitarios.
Las producciones artísticas están sujetas, como toda producción social, al contexto en donde la obra se enmarca, pero a la vez proyecta una transformación cultural. Las subjetividades se combinan en la diversidad social fomentando desde la participación colectiva un espacio socializante y socibilizador. De otro modo, las producciones culturales son elementos de objetivación de los sujetos; el usuario, espectador y/o consumidor se convierte en un elemento de mercadeo de los bienes económicos por fuera del valor cultural.
No se puede negar que las industrias culturales, más las mass-media, tiene una mirada homogénea sobre las sociedades, estipulan lineas de consumo y proponen productos para ser consumidos sin generar modificaciones culturales.
Queda en la participación colectiva la apropiación de los bienes culturales como forma de identificación cultural y generar nuevos espacios y nuevas manifestaciones culturales. La cultura se re-produce desde esa apropiación, generando nuevos mecanismos de emancipación que rompen los ligamentos que sujetan a las sociedades de esa mirada igualitaria.

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